domingo, 24 de abril de 2022

UN SIGLO

Hoy se cumplen cien años del nacimiento de mi viejo, hecho que tal vez sólo debería ser de interés de mi familia y de mis amigos cercanos. Pero no es así, es mucho más que un acontecimiento familiar, en realidad, es un hecho que importa, o debería importar al mundo de la cultura chilena (si es que eso existe).

Mi viejo de nombre Jorge y apellidos Lillo y Nilo, nació en Curicó el 24 de abril de 1922; en otro Chile muy distinto al que conocemos hoy. Mis abuelos eran gente como tú o como yo. Mi abuelo, empleado de Correos; mi abuela dueña de casa. De pronto, como muchas familias de provincias, aparecen en Santiago con camas, petacas e hijos (que llegaron a ser ocho)… como eran las familias de antes: numerosas con patriarca incluido y madre nutricia, siempre atenta a las más mínimas necesidades de la parvada.
Todos estos hijos llegaron a “ser algo en la vida” (carreras liberales se les llamaba). Ignoro cuántos de ellos consiguieron un título, pero sé que mi viejo no lo logró.
En 1941 comenzó a estudiar Pedagogía en Castellano en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, pero no terminó. Imagino que mis abuelos y sus hermanos mayores deben haber puesto el grito en el cielo, porque Jorge se había convertido en la oveja negra del clan.
¿Pero qué pasó? ¿Por qué no terminó?
Ya en sus tiempos de alumno del Liceo de Aplicación comenzó a mostrar una tendencia que lo alejaba de carreras como Derecho, Medicina, Arquitectura o Veterinaria, que era lo que estudiaban sus hermanos mayores y el más chico. Él se interesaba en la literatura y llegó a formar parte del Directorio de la Academia Literaria, Carlos Silva Figueroa .
Junto con estudiar para profesor, trabajaba en la Caja de Empleados públicos y se desempeñaba como locutor en Radio Agricultura de Santiago. Parecía que su destino era el de un oscuro empleado de una oficina pública.
Por fortuna no fue así: el motivo para abandonar sus estudios de pedagogía fue un grupo de jóvenes inquietos como él que, liderados por un tal Pedro de la Barra, perdían el tiempo en torno a algo tan disparatado como lo era para los mayores, un “grupito de teatro aficionado”.
Ese "grupito de teatro" formado por jóvenes irresponsables que no vacilaron en abandonar sus estudios formales por darle curso al incierto placer del escenario, llegó un día a transformarse en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, que entregó al país un contingente de importantes actores, actrices, dramaturgos, técnicos teatrales, que fue un ejemplo en toda América Latina.
En efecto, mi viejo no se tituló de profesor, pero sí se convirtió en uno de los grandes actores que ha dado esta tierra.
Somos un país con vocación de olvido.
La historia de este teatro ha sido tratada en diversos textos, en muchos casos, por personas ajenas al arte teatral.
La misma Universidad de Chile guarda registros muy pobres de la extensión, alcance y notoriedad que alcanzó la actividad teatral bajo su alero.
Es más, da la sensación que hay una soterrada intención de olvido cuya motivación desconocemos. Y este olvido no sólo alcanza a la figura de mi viejo, sino a otros muchos grandes actores y actrices notables que parecen nunca haber existido.
Hace un tiempo, con mi hermano mayor, establecimos contacto con don René Combeau, autor de maravillosas fotografías de las puestas en escena de este teatro señero. Por él supimos que había ofrecido a la Universidad, su enorme colección de negativos y que su ofrecimiento no tuvo eco. Posteriormente las fotos fueron recibidas por la Universidad Católica y ahí siguen sin que se den a conocer al público, excepto algunas que aparecen en un libro sin mayor trascendencia.
No es raro en un país donde se han quemado libros y donde estos tienen el impuesto más alto que en cualquier país del mundo.
Sin embargo, el legado está ahí: disperso en ajadas hojas de diario, en álbumes de recortes de los propios protagonistas; en alguno que otro texto escrito por los más cercanos y por otros cuyo rigor investigativo deja mucho que desear.
Mi viejo formó parte de una generación que fue un verdadero volcán en erupción, remeciendo el territorio cultural de Chile, dejando huellas profundas, pero que el propio país no quiere recordar.
La carrera actoral de mi viejo, pero también como Director y Profesor en la Universidad fue extensa y plagada de hitos importantes y tras 32 años de labor, la Universidad de Chile lo eximió de sus deberes al momento del golpe de Estado.
Sus últimos trabajos fueron como director de La Verbena de la Paloma para el Teatro Lope Vega del Estadio Español de Santiago; en el Goethe Institut, dirigió la lectura dramatizada de Fiorenza, la única pieza teatral escrita por Thomas Mann. Invitado por don Eugenio Dittborn, Director teatral de la Universidad Católica, encarnó al Rey Basilio de La Vida Es sueño, brillando como ese torrente de energía incandescente en el que se convertía cuando pisaba el escenario.
Fallece en Santiago el 28 de septiembre de 1975 a la edad de 53 años, víctima de un derrame cerebral.

Rodrigo Lillo V.
24 de abril de 2022


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