martes, 5 de octubre de 2010

Nada personal

Un joven fotógrafo de 28 años le pide a los actores del Teatro Experimental de la Universidad de Chile Coca Melnick y Eugenio Guzmán que se detengan en una escena de Nuestro pueblo, de Thornton Wilder, para tomarles una foto. En otra instancia semejante, Ana González y tres actores más del Teatro de Ensayo de la Universidad Católica son retratados por el mismo fotógrafo en una escena de Pigmalion, de George Bernard Shaw. Ambos registros ocurren en 1949, año de data de las primeras imágenes de René Combeau, fotógrafo coetáneo en juventud e ímpetu con los inicios del teatro universitario chileno y, más ampliamente, con la eclosión del periodo más pleno del teatro nacional, que documentará por veinte años más.

Un salto a través del tiempo nos trae hasta 2009, año en que culmina la edición del libro Chile actúa: Teatro chileno - Tiempos de gloria (1949-1969) - Desde la fotografía de René Combeau, publicado por la P. Universidad Católica de Chile y su Escuela de Teatro. A cuarenta años de aquellas últimas imágenes y del desvanecimiento paulatino de esos momentos cúlmines de nuestro teatro, el libro relata desde sus orígenes la formación de los teatros universitarios, ocurrida en los inicios de los 40 a partir de las inquietudes de alumnos de Pedagogía en Castellano de la Universidad de Chile y de Arquitectura de la Católica, y avanza con ellos en la sucesión de eventos felices que permitieron estrenar grandes obras de autores clásicos y contemporáneos, del acervo mundial y chilenos, interpretadas por actores y directores insignes, y aplaudidas por un público preparado y asiduo –sobre 90 mil espectadores al año promediaba la asistencia a las presentaciones del Teatro Experimental de la Chile a fines de los 50–. La historia central corre de la mano de María de la Luz Hurtado, coordinadora además del proyecto, y es complementada por la historia de las otras compañías independientes del periodo, a cargo de Fernando González, y por sendos textos a propósito de los actores, por María Cánepa, de los dramaturgos, por Isidora Aguirre, de escenógrafos, vestuaristas e iluminadores, por Ramón López, más un homenaje al fotógrafo René Combeau, por Luis Poirot.

Sin embargo, más allá de las contribuciones escritas, lo que surge y se impone en las páginas de este libro es la contundencia del cuerpo de documentos visuales que aporta Combeau, y la constatación insoslayable de que, de no haber mediado estas fotografías, la historia de este periodo del teatro chileno habría quedado remitida a voluntariosos textos académicos escasamente ilustrados por borrosas reproducciones de la prensa de la época, como han quedado consignados tantos otros periodos de nuestro devenir cultural. Es así que, atendida la relevancia del trabajo de René Combeau, motivo y materia que hizo posible la publicación del libro, me pregunto, ¿por qué no hay en éste siquiera una línea biográfica sobre él, algo más que su año de nacimiento (1921-...) al pie de su retrato por Luis Poirot? Y ¿por qué no hay párrafo de agradecimiento formal –institucional, más concretamente–, por haber cedido este patrimonio invaluable?

La historia de estas imágenes reserva aún más dramáticas omisiones: en un momento dado, René Combeau estuvo a punto de destruir los negativos de estos registros luego de que ni la Biblioteca Nacional, ni el Departamento de Teatro de la Universidad de Chile ni la propia Universidad de Chile se dignaran aceptar su donación, cosa que finalmente hizo la Universidad Católica (aunque no lo menciona en el libro). Desde mediados de los 90 y a través de su Programa de Investigación y Archivos de la Escena Teatral, la Escuela de Teatro de la Universidad Católica ha venido compilando y publicando material valioso de la actividad escénica en Chile. Este hecho era conocido por los hijos del destacado actor y director teatral Jorge Lillo Nilo (1922-1975), quienes estaban en contacto con René Combeau por las fotos que le había tomado a su padre, de modo que, cuando él les manifestó su decepción por la sucesiva indiferencia ante sus ofrecimientos, le sugirieron acercarse a la Universidad Católica.

El resto de la historia está en el libro, salvo estos detalles, por cierto. Y salvo la presencia del propio actor y director Jorge Lillo, inexplicablemente omitido a pesar de su trayectoria: luego de ingresar a los 19 años al Teatro Experimental de la Universidad de Chile, actuó en más de 60 obras, dirigió 15 (entre ellas La guarda cuidadosa, entremés de Miguel de Cervantes con el que se inauguró oficialmente el Teatro Antonio Varas en 1954), además de haber sido gestor clave en el desarrollo del Teatro de la Universidad de Concepción entre fines de los 40 y comienzos de los 50. Un par de fotos actuando en grupo y otro par de menciones de pie de foto como director es todo lo que sale de él en el libro; ni una palabra en ninguno de los cinco textos de fondo.

Me permito mencionar estas carencias porque creo que para que una historia se consolide y trascienda como espacio de conocimiento y discusión, muchas veces es necesario sumarle la historia de su historia.

René Combeau ha sido siempre una persona generosa. Cuando lo conocí en 1973, yo con 24 años y él doblándome la edad, en la Estación Mapocho, a punto de tomar juntos un tren a Chillán para fotografiar el mural de Siqueiros en la Escuela México para un libro de Neruda que finalmente no se llevó a cabo por la muerte del poeta y el golpe militar, no nos quedó sino hacernos amigos, en vista a las seis horas de tren y tres días juntos por delante. Pude ver tiempo después en su estudio algunas ampliaciones de gran tamaño de sus fotos para los Deutschen Kammerspiele, pero el teatro era ya para él un tema del pasado. Todo había cambiado, y tanto, en el país, que Combeau se remitió a la fotografía publicitaria, editorial y de moda, donde por lo demás descolló. Más aún, abrió un campo profesional que, junto con liderarlo, diseminó ampliamente al transmitir sus conocimientos a quien se lo solicitara. Una generación entera de fotógrafos profesionales le debe momentos clave de sus carreras, soluciones de emergencia, soluciones de fondo.

Al apreciar el trabajo escénico local de René Combeau, que no conocí sino recién a través de los hijos de Jorge Lillo y ahora por el libro de la Universidad Católica, quedo sobrecogido. Más allá de su valor patrimonial, las imágenes son excepcionales por su total y expresa funcionalidad al tema fotografiado: el teatro. Si bien los retratos identifican cabalmente a los personajes en el contexto predecible de sus personalidades y los códigos de la pose entonces en boga, hay tomas de escenas que se proyectan a una dimensión que sólo una voluntad lúcida y asertiva podía haber concebido y realizado. Evocan la mirada de un espectador tan perfecto como utópico, a veces situado arriba del escenario, otras observando en contrapicado desde un foso inexistente, o desde detrás del escenario, por encima del hombro de algún actor invisible.

Si la ficción del teatro es una ficción de la vida formulada a través de la ficción del dramaturgo e intervenida por la ficción que el director y sus actores, más el escenógrafo, el vestuarista y el iluminador hacen de ella, René Combeau es quien completa la última hoja de la cebolla. Fotografías como las publicadas en las páginas 80, 83, 88-89, 101, 110, 112, 142, 147, 152 arriba, 164, 198 y 200, por citar una docena, sólo pueden ser fotografías, no pueden provenir sino del encuadre de un fotógrafo y, por lo tanto, en cuanto culminan el proceso, se constituyen en la ficción de todas las ficciones previas. Porque las contienen a todas, las concentran en sus potenciales respectivos y desglosan así al director, a los actores, a los escenógrafos, vestuaristas e iluminadores, al dramaturgo, a la obra y, finalmente, a la vida misma.

Así, cuando observamos el contenido de estas imágenes, más allá de reconocer los componentes teatrales, percibimos la identidad teatral. Como en la fotografía de la portada (y página 159), una elección notable de los editores del libro, en la cual se presenta una escena que nunca pudo ser vista como aparece por el espectador, ni por el director, los actores, la escenógrafa o el iluminador, sino sólo por René Combeau para que, a través de él, la hicieran suya todos quienes participaron en ella, así como los espectadores que asistieron a la obra y nosotros también, que sólo podemos observar esta foto única. Al igual que los dos actores en la escena, esta fotografía se para sola; puede despojarse de todos los títulos que la acompañan e igual nos dirá, impertérrita, lo que debemos saber.

Para lograr esto y muchas otras cosas que logró René Combeau por medio de la fotografía, es indispensable realizar una operación particular, muy sencilla para algunos como él pero tremendamente difícil para los demás: desdoblarse de lo propio y, una vez fuera, entregarse por completo a lo otro. Me lo dijo una vez, al paso, cuando le pregunté si tenía fotos suyas, de su propia creación: No —me respondió—, nunca he tomado una foto personal.

Mario Fonseca
Artista visual, critico de arte y curador independiente